QUEDADA DE AMIGAS PARA HACER GANCHILLO Y CALMAR EL ESTRéS: “ESTá DE MODA, NO ES ALGO DE MARUJAS”

Ana llega a la mercería Tejiendo a Wanda, en el barrio de Vallecas, un tanto acalorada. “¿Dónde está mi revista?”, pregunta a Presentación, la dueña del establecimiento. Esta mujer de 76 años está haciendo un jersey para su nieta de 10 años, pero no encuentra el patrón para poder terminarlo. Explica que empezó a tejer poco después del covid: no estaba pasando por su mejor momento y su nuera le insistió en que probase. Le encantó. Desde entonces, acude todos los jueves a los talleres en pequeños grupos -unas seis personas como máximo-que organizan desde Tejiendo a Wanda. Ahí hacen ganchillo, patchwork, croché, charlan, beben té rojo y meriendan galletas. “Es como una terapia. Ha venido también gente con depresión y les ha venido muy bien”, señala Presentación Martínez, al frente del local.

Esta madrileña se quedó en paro en 2010 con 50 años. Lo de acceder al mercado laboral a partir de cierta edad empezaba a complicarse, así que decidió montar su propia mercería por su afición a las agujas. “Fíjate, de jovencita tejía y lo dejé porque sentía que siempre se relacionaba con algo de marujas, me alejé por ese estereotipo. Después, pasaron los años y dije: oye, es que no es de marujas, es que a mí me gusta tejer”, explica. La realidad es que esta práctica está cada vez más de moda. “Somos el nuevo yoga”, señalan desde We Are Knitters, una empresa especializada en vender kits con ovillos y agujas por internet y que acaban de abrir su primera tienda física en el centro de Madrid.

Luisa enseñando su última prenda. (A.F.)

Este sábado 10 de junio se celebra el día internacional de tejer en público. El evento grande del sector. Desde Tejiendo a Wanda se irán todas juntas a un parque próximo para trabajar al aire libre y visibilizar esta afición. Este evento lleva celebrándose desde 2005 en todo el mundo. Básicamente, los fanáticos del do it yourself quedan en un punto de la ciudad para explotar su creatividad. Y el negocio no se hace únicamente desde una mercería. Katia, por ejemplo, es una empresa dedicada a la venta de hilos y lanas; aunque ahora también han empezado a impartir talleres en colegios para familiarizar a los niños con el arte de la tela.

“El covid provocó un boom. Los hobbies manuales generan bienestar porque son como una meditación. Mucha gente tiene una historia personal detrás de cómo empezó a tejer. Ahora, con la vuelta a la normalidad, se ha reducido un poco. Nosotros somos anti-cíclicos. Si la gente sale de casa, hay menos venta”, explica Sonia Castellón, al frente de Katia, una firma que fundó su familia en el 1951 y ha conseguido trabajar con 3.600 mercerías y demás tiendas de manualidades en toda Europa -90 de ellas, en Madrid-.

Carla Hernández

Gema, de 48 años, es la profesora de ganchillo de este establecimiento de Vallecas. Y su caso es similar. Hace 12 años, trabajaba en hostelería y tenía un estrés tremendo. Encontró en las agujas la forma de canalizar su ansiedad. Ahora forma parte de la comunidad Wanda: quedar, tejer, charlar y relajarse.

“Hay algunas que solo vienen a desayunar”, señala Presentación entre risas mientras pone a hervir el agua para el té. “Siempre tengo bollos y galletas para desayunar juntas, y una chica al final siempre empieza a tejer tardísimo porque se lo toma con calma”, explica.

Parches para la colcha de la amistad. (A.F.)

Por su parte, Paz, de 61 años, es una aficionadísima al patch-work. “Consiste en juntar telas y crear algo”, explica. “No sabes el gusto que da usar una manta que has hecho tú”, continúa. De hecho, ella y su grupo de 13 personas han hecho la colcha de la amistad, tal y como la denominó ella misma: “Cada una ha hecho una parte y la semana que viene juntaremos todas las piezas. Después la sortearemos para que una se lleve un pedacito de todas nosotras”, explica.

¿Hay más gente joven?

La pandemia provocó un aumento de interés de esta práctica entre gente más joven. “Tejer siempre se ha relacionado con el ámbito privado y doméstico; ahora busca transcender todo eso para romper ciertos estigmas”, apuntan desde Katia. Pero también influye la conciencia de las nuevas generaciones. “Se cuestionan más las formas de consumo, el fast-fashion y comprar mucho. Hay inquietud de la gente joven por tejer su propia ropa. Lo hemos notado especialmente con tejer y con el ganchillo, en prendas personalizadas donde la gente no quiere vestir igual”.

Preparando la merienda. (A.F.)

Luisa, que apenas lleva tres meses practicando, empezó a tejer sus propias prendas y va a contracorriente. “Yo siempre hago algo distinto”, dice mientras muestra un jersey de multitud de colores. “Tengo un crochetismo encima…”, apunta para hacer referencia al vicio que provoca esta práctica. Lo cierto es que es innegable que la apuesta de las grandes firmas rescatar el tejido tradicional ha tenido un impacto en la clientela. “Ahora hay marcas que basan su propuesta de valor en sus piezas de ganchillo. Por ejemplo, GCDS o Ganni están creando de sus piezas de crochet algo icónico. E incluso las marcas más consolidadas como Givenchy o Blumarine también han introducido esta técnica en sus Primavera-Verano 23 con un guiño a la estética grunge”, explica a este diario Sagrario de Manueles, experta en comunicación de moda.

Gema habla de su hija de apenas 18 años. “El otro día fue a una entrevista de trabajo y le preguntaron si sabía hacer algo que no ponía en el curriculum. Dijo que tejía y se llevó una sorpresa, a recursos humanos fue algo que le sorprendió para bien”, explica orgullosa. “Aunque también hay que trabajar la paciencia. Aprender a deshacer algo cuando te has equivocado es importante”.

No obstante, España va a la cola. “El perfil del cliente se ha rejuvenecido y es cierto que hay un boom por debajo de los 30. Pero nosotros estamos en 10 mercados y en Estados Unidos, Francia, Alemania y los países nórdicos se nota mucho más. A más frío, más se teje”, señalan fuentes de We Are Kitnnes, donde el 90% de las aficionadas son mujeres. Donde sí hay conciencia es en la calidad del producto: “El 80% de nuestros compradores eligen los ovillos teniendo en cuenta su origen y composición”.

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