Cada esquina de Toledo esconde vestigios históricos que se remontan siglos en el tiempo. Tras cada reforma y cada obra pública, los vecinos se han acostumbrado al continuo murmullo de historiadores, arqueólogos y curiosos. En esta ocasión, esta historia se vuelve a repetir en la ciudad abrazada y protegida por el Tajo con motivo de la musealización de una asombrosa obra de arte que ha sorprendido a los investigadores e historiadores del arte andalusí.
En las no tan malolientes calles medievales de la otrora capital visigoda de Hispania, mediado el siglo XI d.C., el rey Al-Mamún embelleció Tulaytula y la convirtió en un intenso faro que cegó con su magia y su riqueza al occidente islámico, superando incluso a la eterna Córdoba de los califas omeyas. Alfonso VI de León conquistó Toledo en 1085 y, décadas después, una de las joyas más preciadas de Al-Mamún, su suntuoso palacio, fue desmembrado al dividirse enrute diferentes órdenes militares y religiosas. Mutilación que se aceleró a partir de la sonora victoria de las Navas de Tolosa en 1212.
Estos anónimos albañiles encargados de derruir el palacio islámico usaron sus escombros como material de relleno, incluyendo los restos de una arquería que daba acceso a un salón del edificio. Estos arcos, que acaban de ver la luz 800 años después gracias a las labores de rehabilitación del Museo de Santa Cruz, son la primera evidencia conservada de este palacio y una pieza única en toda la historia del arte andalusí, según los investigadores. Ahora se pueden ver en el Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha (CORPO).
Esta arquería se encuadra dentro de una de las tantas ampliaciones palaciegas que se llevaron a cabo bajo el dominio del monarca Al-Mamún, que reinó entre los años 1043 y 1075. Durante la inauguración del recinto palaciego con motivo de la circuncisión del nieto del monarca, el poeta toledano Ibn Yâbir quedó maravillado por sus relieves: "Quien los miraba fijamente tenía la sensación de que se movían hacia él o que le hacían señas. Pero cada figura estaba aislada de las otras que tenían distinta forma y encandilaban la vista desde arriba abajo".
En los trabajos de rehabilitación del antiguo convento de Santa Fe y hoy Museos de Santa Cruz se han localizado varios espacios de época islámica adosados sobre la misma muralla emiral y organizados sobre un patio rectangular. Bajo la galería norte del claustro han aparecido cuatro grandes trozos y numerosos pequeños fragmentos de yesería.
Estos fragmentos crean un conjunto arquitectónico singular que destaca por su excelente factura y la riqueza de sus representaciones en las que "vegetales, figuras y geometría se mimetizan generando una obra fastuosa y carente actualmente de paralelismos similares", resumen Fabiola Monzón Moya, directora arqueológica de las obras de rehabilitación del antiguo convento, y Ramón Villa González, del Servicio de Patrimonio y Arqueología.
Las partes de esta obra de yeso talladas en relieve, pintadas al temple y sujetas mediante clavos, se unían a través de una hoja trilobulada encajada con vidrio. En su cara exterior, la decoración gira en torno a representaciones de un conjunto de flores de loto de cinco pétalos que, en su eje central, forman un Hom, árbol de la vida, sobre el que giran las flores de loto emulando bellotas, palmeras y pimientos.
Su cara norte, que mira al interior de la sala, se compone de un bestiario de gran valor simbólico y religioso que mezcla animales reales y fantásticos como esfinges, íbices alados, arpías, leones y águilas. En la cara sur, los leones y las águilas se repiten apareciendo junto a gacelas y un galgo acompañando a un jinete con halcón en un contexto cinegético que simboliza el poder real muy representado en marfiles y tejidos de los siglos X y XIII, pero nunca antes documentados en contexto arquitectónico.
Todo el conjunto pictográfico del sur fue bañado con una capa polícroma de diferentes tonos de blanco, amarillo, rojo y azul de lapislázuli. Por si fuera poco, los bajorrelieves fueron dorados con oro fino. El interior del propio arco en sí se divide en diferentes hexágonos que reproducen estrellas en cuyas puntas se camuflan varios clavos de hierro que afianzaban la construcción.
El empleo de vidrios decorativos siguió las modas nacidas en el Levante mediterráneo islámico, muy inspirados en la cultura persa anterior a la islamización del arte sasánida. Una de las claves de esta excepcional obra palaciega toledana se debe a que el "desarrollo de una amplia red comercial de objetos lujosos importados desde Oriente le permitió (a Al-Mamún) la génesis de un nuevo lenguaje artístico y estético que supuso la ruptura con la tradición andalusí", explican los investigadores.
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Poco después de esta enorme obra, la ciudad de Toledo, que como diría el poeta Isã ibn Wakîl estaba bañada por la Vía Láctea cuyos palacios eran estrellas, caería en manos del rey Alfonso VI de León, quien se convertiría en el nuevo propietario del alcázar y los palacios anexos. Edificios que con el paso de los siglos serían troceados y donados a diferentes órdenes militares y religiosas.
En esta regia ciudad, el embrujo islámico no desapareció. Al igual que en otras zonas de la Península, los pobladores cristianos del norte entraron en contacto con sus pares arabizados que mantenían costumbres y culturas orientales lo que, con el tiempo, terminaría generando un mestizaje cultural único en el mundo que alumbró una de las grandes joyas del patrimonio histórico artístico español: el arte mudéjar.